No hay nada que no puedas hacer... La cuestión es querer hacerlo...

9 oct 2011

Dark Princess

¿Qué pasa hoy? Normalmente todo es alegre, todo son sonrisas, nada molesta lo más mínimo... Entonces, ¿por qué tiene que aparecer alguien para destrozar lo que tanto te anima? ¿Acaso le encuentra algo divertido a todo esto? ¿Tiene algún objetivo en concreto? ¿Por que no me permite disfrutar de ese momento de felicidad?

Es algo insignificante, pero para mí puede ser muy valioso. Y quien me fastidia el momento nunca sale bien parado. Deberían saberlo todos aquellos que me conocen, pero por alguna extraña razón, a todo el mundo se le olvida. A mí no, ¿sabéis? A mí no. Yo sí lo tengo en mi mente, aunque me obligo a eliminarlo para no sufrir. Porque a algunos les da igual que les diga "no debería sentirme mal, podría afectarme muy negativamente y ya no a nivel anímico".

Si hay alguien que aún quiera dañarme fastidiándome de la peor manera posible, por favor, desiste en la idea. Es mejor que te ahorres un mal trago y que te muerdas la lengua antes que soltar todo ese veneno que, muy a mi pesar, vas a acabar recibiendo tú mismo.

22 sept 2011

KOR op3

Normalment m'asseuria al seient del costat i tu faries lliscar
el teu cotxe a través de la preciosa nit.
La teva trucada, anul·lant la nostra cita d'avui,
fa que cregui que tu m'estàs enganyant.
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I faig veure que me n'adono, però estic plena de dubtes
i només aconsegueixo que t'allunyis més.
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Ahahà.
Jo sóc l'actriu que hi ha dins el mirall.
Sé que l'orgull no em deixa parlar.
Tan sols voldria que sabessis que et duc al cor.
T'estimo molt!
Jo sóc l'actriu que hi ha dins el mirall.
Et perdo i no em puc resignar.
És teu el meu amor. M'has trencat el cor.
.
Ahahà.
Jo sóc l'actriu que hi ha dins el mirall.
Tant de bo ara pogués plorar més!
Tan sols voldria que sabessis que et duc al cor:
t'estimo molt.
Jo sóc l'actriu que hi ha dins el mirall,
i sé que sóc la culpable de tot.
Ja no puc tornar: m'has trencat el cor!

1 ago 2011

Don't you see

No ho entenc per què no hi ha manera que em sortin les paraules
Amb la mateixa facilitat que quan escric a un amic...
Ara m'adono que ens calia temps per còneixens millor..
Per confiar l'un en l'altre...
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Però em sap greu i em fa mal haver de reconèixer
Que no es pot confiar en tothom, l'amor es demanar que t'estimin
Però estic convençuda, absolutament, que no patiria tant
Si deixés de veure-ho així...
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Que no ho veus?
Per molt que t'ho supliqui sé que tu ja no tornaràs
Si us plau, pensa en mi...
Que no ho veus?
Encara que la gent passi de pressa per les nostres vides
Si us plau, tu no em deixis mai...

20 mar 2011

Cuando tus ojos no lo ven claro

¿Por qué tanta vergüenza o tanto miedo a admitirlo? Sí, hay noches en las que me asusta el juego de luz y sombras que entran por la ventana, ¿y qué? Sí, soy también muy mayorcita para andar asustándome de la oscuridad, pero lo sé afrontar. ¿Cómo? ¡Qué me sé yo, me quedo dormida!
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Cada día es igual. Entras en tu dormitorio, te quitas la ropa y la dejas tirada de cualquier manera en la silla del escritorio, o encima de la cómoda, o la cuelgas en el perchero. Te pones el pijama tranquilamente y te quitas las gafas para dormir. Te tumbas en la cama y apagas la luz, dando inicio al espectáculo de sombras que se recortan a tu alrededor.
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Miras al techo, te giras hacia un lado y ves algo extraño. Sabes lo que es, pero a tu mente viene la idea de que hay algo extraño... o alguien. Sabes que no es así y cierras los ojos, pero sigues viendo esa imagen. Abres de nuevo los ojos y te levantas. Remueves todo lo que te hace imaginar cosas y vuelves a tumbarte. Compruebas que nada es lo que parecía y cierras los ojos. Así está mejor.
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Un coche pasa, chocando sus faros contra la ventana. Entra la luz y bailan las sombras contra la pared, pillándote con los ojos abiertos. Maldita sea, ¡olvidaste bajar la persiana! Te vuelves a levantar, estiras el brazo y logras bajar la persiana. Te tumbas y observas alrededor; poco a poco, tu vista se acostumbra a la oscuridad y vuelves a tener siluetas extrañas en tu dormitorio. Es la chaqueta, es la silla, es un pantalón, es el perchero, es un armario... Son cosas que conoces, pero tus ojos te engañan y crees que se mueven.
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Estás durmiéndote, tus ojos cada vez ven menos, pero vuelves a asustarte. Hay algo al otro lado de la persiana, algo moviéndose. Paras a pensar: es tan sólo otro engaño de la vista, un punto negro en mitad de la escena que se mueve junto a tu vista. Otra falsa alarma. Cierras los ojos, con gran cansancio, y al fin te duermes. Al día siguiente miras alrededor: da más miedo el resultado de los movimientos que has estado haciendo que lo que tus ojos han visto antes de dormir.
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¿Y bien? ¿Alguien va a decir alguna cosa? Sí, hay veces en las que me asusto tontamente. Por ello me duermo. Otros, aun cansados, aguantarían sin cerrar los ojos por temor a que se le abalanzasen cuando bajase la guardia. ¿Es que como a algunos no os pasa es motivo para hacerme sentir mal? Pues lo diré bien alto: SÍ, MIS OJOS ME ENGAÑAN Y LA OSCURIDAD SE MUESTRA DIFERENTE. ¿Contentos? Yo sí, muchísimo, me he liberado de un peso grande.

29 ene 2011

Tardes de invierno

Sentada en su butaca preferida pasaba las tardes frías de invierno una muchacha. Con un libro sobre sus piernas mataba las horas aventurándose en otros mundos, donde el espacio y el tiempo no le impedían moverse por donde le apeteciese. Pero ahora ese libro estaba cerrado; sus páginas no sonaban en el silencio del lugar y sus personajes no se movían ni actuaban ante nadie. Silencio absoluto para una joven soñadora.
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El sol seguía alto en el cielo y los niños jugaban y reían entre el griterío de alguna madre advirtiéndole que andase con cuidado para no caer. Ella sonrió; no caer. Dejó escapar un suspiro al cristal y volvió la vista a su libro. Muchos más como ése yacían junto a la butaca, olvidados para muchos, pero no para su mente. Una aventura tras otra, sin moverse siquiera de la butaca. Muchos lugares sin abandonar su casa; muchos mundos sin tomar un cohete ni nave espacial; muchas personas con vidas diversas que le enseñaron cómo afrontar los problemas de sus vidas. Y todos ellos yacían a su lado.
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Estiró un brazo hacia la mesita. No la alcanzaba desde donde estaba. Volvió a intentarlo, impulsándose un poco más. Nada. Apartó su libro e intentó nuevamente alcanzar la mesita sin éxito. Volvió a sentarse cómodamente en la butaca, mirando el techo. ¿Cómo la alcanzo? Miró alrededor: nadie en aquel lugar. Llamó con un "¿hola?" esperando respuesta: ningún sonido. Otro suspiro. Cerró los ojos y volvió a armarse de valor para alcanzar la mesita.
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Un ruido; un golpe. Alguien en el piso superior empezó a moverse apresuradamente y a bajar escaleras. Se acercaba alguien, pero ya era tarde. Había logrado alcanzar la mesita aunque no como hubiese querido ella. En el suelo, se arrastraba lentamente hasta posar una mano sobre la superficie de madera. La otra chica suspiró aliviada.
-No te oí llamar.
-He podido yo sola -le respondió sonriente la joven en el suelo, apoyada sobre un brazo y vuelta hacia atrás para observar.
-Pero te has caído de la butaca.
-Me balanceé demasiado -rió.
-Haberme vuelto a llamar.
-Creí que estaba sola en casa.
-Está bien.
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Se acercó y le quitó de encima la pesada butaca. Aquello podría haberle dolido si lo hubiese sentido. En cambio, permanecía inmóbil, esperando paciente a que su butaca volviese a estar levantada y la cogiesen para devolverla nuevamente a su butaca.
-Deberías tener más cuidado -le sermoneó como las madres que pasaban con sus hijos por la calle.
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La alzaba del suelo y dejaba en la butaca. Le ordenó esperarle y marchó a otra sala. Ella obedeció: había preocupado a su compañera y no quería volver a asustarla. Sus libros estaban junto a la butaca, esparcidos por el suelo; la mesita se había movido cuando ella cayó y la empujó antes de golpearse el rostro; bajo ésta, la alfombra se había arrugado y nadie más parecía haberse dado cuenta de ello.
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Ruido; volvían a acercarse a ella. Se giró y sonrió; su compañera también sonrió apoyada en el respaldo de la butaca. Alzó la mesita y arregló la alfombra, colocó la mesita en su sitio y apiló los libros como estaban.
-¿Qué has leído esta vez?
-Una historia muy bella.
-¿La repetirás?
-Algún día.
-Venga, te vienes conmigo arriba un ratito.
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Se acercó nuevamente y la cogió en brazos. Con cuidado, avanzó hasta el pasillo, salió del salón, subió lentamente las escaleras vigilando por dónde pisaba, alcanzó la puerta de su cuarto y la abrió. Dejó que la muchacha esperase en la cama y volvió escaleras abajo al salón.
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El dormitorio era de un azul claro con cuadros de personajes colgados en una de las paredes. Sintió esa agradable sensación que le recorría cada vez que entraba en esa austera estancia; una sensación de libertad y alegría que sólo los libros podía superar.
-Venga, hay que cambiarse -oyó en la puerta.
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Le ayudaban siempre a vestirse, aunque en los últimos días sorprendía a todos haciéndolo sola. Después de aquello, le peinaban en ese mismo cuarto y le hacían esperar mientras recogían su ropa y el cepillo. Arreglada, la cogían y volvían a llevar hasta las escaleras. Algunos amigos le dejaban bajar por el pasamanos, otros preferían llevarla en brazos por temor a que cayese.
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Al final de las escaleras le esperaba su inseparable amiga y enemiga, la que le ayudaba a avanzar pero le privaba actuar como los demás. Allí la sentó la otra y avanzó hacia la puerta para abrirla. Más dificultosamente, la muchacha avanzaba empujando las grandes ruedas. Llegó a la puerta y miró a su compañera; le sonrió más forzadamente mirando hacia arriba.
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En la calle hacía frío, pero no pasaba nada; tenía su abrigo puesto y la manta por encima de sus piernas... Aunque no las sentía. No sentía el frío; no sintió la butaca sobre ellas, aplastándolas. No sintió nada. Ni el frío metal de la silla de ruedas le afectaba.
-Iremos a dar una vuelta y al médico, ¿de acuerdo?
-Me encuentro bien -se extrañó ella.
-Se te ha caído la butaca encima. A ti no te duele, pero a mí me ha asustado.
-¿Vamos por ti entonces? -se burló la inválida.
-Da igual -rió.