No hay nada que no puedas hacer... La cuestión es querer hacerlo...

18 feb 2010

El regalo

El tabernero trajo otra botellita a la muchacha y se dirigió a la otra punta del mostrador para atender el resto de clientes. William cogió también algo para beber y, con el trapo sobre los hombros, se sentó al lado de Eva para seguir hablando.
-¿Tienes fotos del viaje?
-Sí, mira, aquí las tienes. Y esto es para ti.
-¿Qué es? Parece algo grande.
-Me pediste que te trajera uno, ¿o tampoco recuerdas eso?
-¿Un qué? Para que veas que no te miento, tanta faena me ha hecho olvidar la mitad de las cosas que han pasado en mi vida. Y la muerte de Enma el año pasado ya fue lo peor de todo. Desde ese momento dejé de fijarme en lo que perdí en el pasado para no volver a sufrir nada. Ya sabes lo de su muerte, ¿no? Como no te sorprendes…
-Sí, me lo ha contado Tom antes. Una pena, la verdad, tenía toda la vida por delante todavía, aquella muchacha. ¡Pero abre eso ya! Tengo ganas de ver tu cara cuando te des cuenta de lo que es.

William empezó a abrir el paquete hasta dar con una caja de cuero negro. Levantó la tapa y sacó con sumo cuidado un cuaderno oscuro sin título alguno en la portada. Soltó el broche que unía ambas tapas y empezó a pasar las hojas con cuidado, viendo en cada una de ellas una serie de fotos de distintos lugares. Algunas eran monumentos, otras simplemente el paisaje de la zona: el mar, una gran tormenta sobre una ciudad de noche, con todas las luces de ésta encendidas… Entonces se dio cuenta de lo que Eva le acababa de dar y recordó sus últimas palabras mientras el coche en el que, en el pasado, montó su amiga para no volver hasta pasados varios años empezaba a moverse dirección al aeropuerto de la ciudad más cercana.
-¿Lo recuerdas ahora?
-Era una locura lo que te pedí… Pero me la has traído.
-“Eva, quisiera pedirte un favor: si algún día vuelves a este pueblo, ¿puedes traerme el mundo entero contigo?” –recitó Eva con los ojos cerrados, recordando viejos tiempos.
-Te acuerdas palabra por palabra. Bueno… muchísimas gracias por… el regalo. ¿Esto de aquí no es…?
-¿París? Sí, estuve una temporadita a los pocos meses de salir de aquí. Esta foto también es de allí. ¿A que se ve bonito el cielo de noche, tan iluminado?
-Esas cosas no pasan aquí… Ya me hubiese gustado a mí conocer esos lugares, pero mis padres no pueden permitirse esos placeres. Tú has tenido suerte, siendo quien eres. Y parece extraño que te pasees por lugares como éstos en vez de ir con la gente de tu clase a restaurantes caros y lugares seguramente aburridos.
-Por eso no voy, porque son aburridos, mira tú qué sencillez. Mis padres lo entienden y no me ponen trabas ni intentan convencerme para ir con ellos a los sitios. Pero los viajes sí que los he de hacer. No quieren dejarme sola, temen por mí.
-Típico en los padres. ¿Y esta tormenta? ¿Dónde fue?
-Déjame ver… si no recuerdo mal, creo que esa fue en Zurich. Estuve casi de paso allí, unas semanitas.
-¿Esto es un tornado?
-Sí, de las Grandes Llanuras, en los Estados Unidos. Creo que fue el segundo o tercer año después de irme de aquí.
-Vaya… ¡Es estupendo! Muchísimas gracias, de verdad, Eva. Ahora, al menos, no puedo decir que no conozco algo del mundo exterior.
.
Tom se acercó a los jóvenes y echó una ojeada rápida al álbum que seguía mirando con emoción notable William. Eva se dispuso a pagar, pero el hombre le negó el dinero, trayéndole una nueva botella y diciéndole alegremente que le invitaba por llevar tanto tiempo lejos de allí. Ella, agradecida, pasó el resto de la noche con ellos hablando de su largo viaje hasta que un hombre bien vestido entró, algo mojado por la lluvia que empezaba a amainar a la par que el viento, e indicó a Eva el momento de volver a casa.
-Me alegra haberte vuelto a ver, Eva. Para mí ha sido un pequeño rayo de luz entre la oscuridad que ha habido en este último año en la taberna.
-Gracias por todo. Como siempre, el zumo perfecto, Tom. Ya me hacía falta un buen zumo como el que sirves.
-Siempre es un placer servirte lo que deseas –respondió con una pequeña reverencia.
-Bueno, nos vemos mañana, Tom. Y tú tranquilo, Will, mañana te enseñaré más fotos.
-Está bien. Que descanses.
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El hombre saludó al tabernero alzando el sombrero y salió del local mientras la chica se volvía a poner la capa. Iba a abrir la puerta cuando William, por detrás del mostrador, la llamó y obligó a voltearse.
-Oye, ¿te apetece venir mañana a dar una vuelta por el pueblo para recordarlo de nuevo?
-Tendré que deshacer el equipaje por la mañana. Nos vemos mañana a las cuatro –dijo saliendo sonriente por la puerta.